viernes, 22 de julio de 2011

Silencio por Elías Quinteros


SILENCIO


Elías Quinteros



El 10 de julio, tras la realización del comicio previsto en la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, para la elección del Jefe de Gobierno, Mauricio Macri obtuvo el apoyo del 47% del electorado porteño: cifra que —aunque no le permite festejar en este momento su reelección como titular del poder ejecutivo de la ciudad, porque el texto constitucional establece la realización de un comicio definitivo, dentro de los treinta días siguientes, con la participación de las dos fórmulas más votadas, si ninguna de las listas oficiales hubiese obtenido la mayoría absoluta de los votos emitidos—, duplica los números alcanzados por Daniel Filmus, el candidato kirchnerista que quedó en el segundo lugar con el aporte del «Frente para la Victoria», del «Frente Progresista y Popular» y de «Nuevo Encuentro». Este hecho, llamativo e interesante en más de un sentido, genera varias preguntas. Por ejemplo, ¿por qué motivo un sector de la sociedad porteña aprueba el desempeño de este hombre sabiendo que colocó a la Policía Metropolitana bajo la conducción de Jorge «Fino» Palacios: un policía objetado públicamente por su vinculación con la explosión que, en la mañana del 18 de julio de 1994, destruyó la Asociación Mutual Israelita Argentina y segó la vida de ochenta y cinco personas? ¿Por qué valora su actuación sabiendo que defendió en más de una oportunidad a ese policía, aunque las investigaciones judiciales y periodísticas demostraban su relación con una asociación ilícita que, a la sombra del aparato gubernamental, se dedicaba a realizar escuchas telefónicas de carácter ilegal? ¿Por qué apoya su gestión sabiendo que descuidó la educación y la salud públicas desde el inicio de su mandato y que, específicamente, dejó que más de una escuela y más de un hospital del ámbito estatal alcanzasen un grado de deterioro inexcusable, aunque contaba con los recursos necesarios para garantizar su adecuado mantenimiento y su normal funcionamiento? ¿Por qué defiende su administración sabiendo que nunca priorizó el tratamiento de las cuestiones culturales y que, por ende, nunca tuvo el apoyo de los representantes del «mundo de la cultura», a excepción de algunos periodistas que trabajan para los medios de comunicación masiva y de algunos aspirantes a intelectuales que aparecen en dichos medios? ¿Y por qué acepta sus prácticas sabiendo que, mediante una retórica de contenido xenófobo, exigió la presencia de la Policía Federal y de las fuerzas de seguridad en el barrio de Villa Soldati, a fines del año pasado, sin otro objeto que el de reprimir a los ocupantes del Parque Indoamericano?

¿Quiénes integran este sector, realmente, están a favor del Jefe de Gobierno? ¿O, en cambio, están en contra de Daniel Filmus? Y, en este supuesto, ¿están en contra de él? ¿O están en contra de Cristina Fernández y, por lo tanto, en contra de cualquiera que la represente en la ciudad? Y, si esto es así, ¿están en contra de ella? ¿O están en contra de las políticas de corte popular, nacional y latinoamericano y, en consecuencia, en contra de cualquiera que las implemente? Por otra parte, ¿qué ven cuando fijan su mirada en el hombre que ejerce el poder ejecutivo de la ciudad? ¿Ven a un ingeniero y, por ende, a un hombre que obra con inteligencia cuando toma una decisión ya que no carece de la formación de un universitario? ¿Ven a un empresario y, subsiguientemente, a un hombre que gestiona con eficiencia ya que pertenece a la clase de individuos que se dedican a hacer negocios? ¿Ven a un millonario y, por tal razón, a un hombre que administra con honestidad los asuntos públicos ya que no necesita apropiarse de lo ajeno? E, incluso, ¿ven a un «tipo» apuesto, carismático y sincero que no hace más cosas porque no puede o, lo que es peor, porque otros no permiten que las haga? Innegablemente, algunos de los que lo votaron, más allá de su identificación con el «macrismo» o con otra expresión conservadora, encarnan los valores de la «derecha» y, en los casos más extremos, los del fascismo. Por eso, recuerdan con nostalgia el orden de la dictadura y la «convertibilidad» del «menemato». Aman al «mercado». Odian al Estado. Reivindican a los represores de la década del «setenta». Cuestionan a los defensores de los derechos humanos. Abogan por el agravamiento de las sanciones penales. Defienden la «mano dura». Y consideran que el gobierno nacional está a cargo de una mujer caprichosa, autoritaria y demagógica que trata de convertir a la Argentina en una copia de Cuba, Venezuela, Ecuador o Bolivia: cuatro naciones que aparecen ante sus ojos como cuatro representaciones del mal absoluto. En cambio, otros son diferentes. Simplemente, mejoraron con las gestiones de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández. Mas, por desgracia, creen que Mauricio Macri es responsable de esa mejoría o, por lo menos, de una parte de ella. Y, por dicha razón, no quieren ningún cambio. Quieren que todo permanezca tal como está en este instante. No ignoran las falencias que existen en cuestiones habitacionales, educativas, sanitarias, culturales, etc. Pero, esos problemas no alteran su vida. Y no lo hacen porque disfrutan los beneficios de una vivienda; porque desayunan, almuerzan, meriendan y cenan normalmente; porque encomiendan la educación de sus hijos a una escuela privada; porque confían la salud de su familia a una empresa de medicina prepaga; y porque viajan en un vehículo propio o en un transporte público que está subsidiado. En la mayoría de los casos, son permeables a la prédica de los anteriores. Y, por esta causa, asumen, en muchos casos, posiciones reaccionarias aunque las mismas no expresen su verdadero parecer.

Hace unos días, escribí que los que deseábamos que la orientación política del gobierno porteño coincidiese con la del gobierno nacional o, por lo menos, fuese diferente a la actual, para que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no siguiese constituyendo una isla neoliberal dentro de la República Argentina, podíamos ver la concreción de ese deseo si teníamos la inteligencia necesaria para votar masivamente al «Frente para la Victoria» y, en consecuencia, para convertir a Daniel Filmus en el nuevo Jefe de Gobierno. Infaustamente, eso no sucedió. Tan sólo una parte del electorado le confió su voto. El resto, al no proceder de esta manera, dejó a Mauricio Macri a las puertas de su reelección: una realidad que quita el apetito y el sueño a más de uno. Sin embargo, debo destacar que la cuestión que aparece como más sorprendente, si cabe el empleo de esta expresión, no es la cantidad de sufragios obtenidos por el «Pro». Tampoco es la magnitud de ese apoyo electoral o la diferencia que se produjo entre el primero y el segundo. Lo que aparece como más llamativo y desconcertante, conforme mi opinión, es la ausencia de festejos por parte de los triunfadores tras la difusión de los números correspondientes al escrutinio, es decir, la ausencia de festejos por parte de los que avalaron la actuación gubernamental del hijo «exitoso» de Franco, a excepción del espectáculo artificial y previsible que se desarrolló en el cuartel general del «macrismo», con cumbias y globos de colores, a unas horas de la conclusión del comicio.

En este punto, cabe resaltar que —independientemente de su índole, y a menos que un motivo entendible justifique la postura opuesta—, todos los que efectúan o consiguen «algo importante» festejan lo efectuado o lo conseguido: el que recibe un diploma en una universidad; el que obtiene un empleo; el que se casa con el «amor de su vida»; el que tiene un hijo; el que cambia su auto; el que se divorcia; el que se identifica con un equipo de fútbol que alcanza el título de campeón, evita la tragedia del «descenso» o concreta la proeza del «ascenso» tan deseado; el que integra un ejército que gana una batalla; etc. Pero, en la ciudad de los «bienvenidos», la mitad que votó por la continuidad de Mauricio Macri no festejó. A contramano de lo esperado, ocultó su dicha. No exteriorizó su alegría. Y se quedó callada. Su silencio —entendido como la ausencia de manifestaciones festivas, de expresiones gestuales que trasluzcan de un modo inequívoco la conformidad con el resultado alcanzado y, asimismo, de referencias directas o indirectas al acto electivo, con exclusión de algunos comentarios superficiales o algunas reflexiones realizadas en voz baja, entre parientes, amigos o conocidos—, nos plantea la posibilidad de un «voto vergonzante» y, por dicho motivo, de un voto que no es asumido abierta y orgullosamente por quien lo emitió. Frente a tal escenario, quienes no formamos parte de esa mitad debemos diferenciarnos. No debemos estar tristes o, en su defecto, no debemos estar tristes por más tiempo. Solamente, perdimos un combate. Y, aunque parezca imposible, no debemos magnificar el asunto. Hoy, a días de la segunda vuelta, tenemos que cumplir una doble misión. Por un lado, debemos convencer a los que votaron por Mauricio Macri, creyendo equivocadamente que su continuidad al frente del gobierno local constituye la mejor opción, para que modifiquen su voto y, acto seguido, apoyen a Daniel Filmus: empresa más que ciclópea. Y, por el otro, debemos ratificar nuestro compromiso político en las urnas, aunque tengamos presente que perdimos en la primera ronda y que, además, las posibilidades de sufrir una nueva derrota son mayores que las de obtener una victoria milagrosa. Nosotros, que no ignoramos que nuestra historia atesora triunfos y fracasos, no pertenecemos a la categoría de los que piensan que la partida se reduce a una única jugada. Al contrario, nosotros pertenecemos a la clase de los que saben que la disputa, por la característica de ser prolongada y difícil, implica la coexistencia de pasajes favorables y adversos.

miércoles, 6 de julio de 2011

CARTA ABIERTA DE UN PORTEÑO por Elías Quinteros

CARTA ABIERTA DE UN PORTEÑO

Elías Quinteros

Quienes deseamos que la orientación política del gobierno porteño coincida con la del gobierno nacional o, por lo menos, sea diferente a la actual, para que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no siga constituyendo una isla neoliberal dentro de la República Argentina, podremos ver en unos días la concreción de ese deseo si tenemos la inteligencia necesaria para votar masivamente al Frente para la Victoria y, en consecuencia, para convertir a Daniel Filmus en el nuevo Jefe de Gobierno. El cumplimiento de esta condición —el apoyo masivo al único candidato que puede evitar la reelección de Mauricio Macri—, requiere que el electorado comprenda que el Pro representa dos realidades que no son incompatibles: la de un modelo que, por el hecho de ser conservador, configura la antítesis de las posiciones progresistas; y la de una actividad gubernativa que, además de responder a ese modelo, asume como rasgo distintivo la circunstancia de ser ineficiente. Asimismo, dicho cumplimiento exige que las personas que pueden emitir un voto no caigan durante el desarrollo del acto electoral, en la trampa de apoyar a fuerzas políticas que no constituyen una alternativa válida, ni en la de votar en blanco, ni en la de votar de un modo que conduzca a la anulación del sufragio, ni en la de incurrir en la figura de la abstención. La imposibilidad de obrar de esta manera, independientemente de las causas de tal imposibilidad, prolongará la vigencia del macrismo: esta versión tardía del neoliberalismo que modificó el rumbo de la economía argentina en los años de la última dictadura, con la ayuda de una metodología que incluyó el secuestro, la tortura y la muerte de miles de personas; que alcanzó el máximo de su esplendor en el período del menemato; y que inició el proceso de su decadencia a fines del año 2001, en medio de un escenario que estuvo caracterizado por las imágenes de las marchas piqueteras, el corralito, los cacerolazos, los saqueos de supermercados y comercios, el estado de sitio, la represión policial, el asesinato de manifestantes, la sucesión de cinco presidentes en una semana, la devaluación monetaria, la emisión de monedas provinciales, las asambleas y los clubes de trueque.

Actualmente, la metrópolis fundada por Juan de Garay, hace más de cuatro siglos, junto al Río de la Plata, con el nombre de Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre, no es una metrópolis alegre. O, con más precisión, no lo es en la mayoría de las ocasiones. Por momentos, es una metrópolis triste. Por momentos, es una metrópolis malhumorada. Y, por momentos, es una metrópolis ausente, tan ausente que su imagen sólo es eso: una imagen que —a pesar de cautivar la mirada con los trazos de una urbe imponente, hermosa, misteriosa y fascinante que revela la heterogeneidad de sus componentes a través de sus aspectos contrastantes—, carece de una realidad que la proyecte. Nadie ignora que tuvo unos días de dicha, de dicha auténtica y espontánea, durante la celebración del bicentenario de la Revolución de Mayo. Pero, esa fiesta concluyó. No duró para siempre. La algarabía llegó a su fin. Y todo se apagó: las risas, la música, los fuegos artificiales y la ilusión de estar en medio de un éxtasis eterno. Hoy, a un año de distancia, más de uno percibe su malestar, su incomodidad, su desasosiego. A semejanza de quien sufre por la pérdida de un amor, de un sueño o de ambos, ya que la pérdida de uno implica la del otro, pasa las semanas y los meses encerrada en sí misma. Y, por este motivo, su expresión es melancólica, oscura y desafiante. A veces, esta expresión se parece a la de una mujer o, quizás, a la de una muchacha sola y desdichada, sin corazón, sin alma, sin espíritu que —aunque ya no crea, aunque ya no espere nada y aunque ya no viva—, se niega a actuar como los cínicos. Se niega a caer en el envilecimiento. Y, en especial, se niega a entregar su dignidad a los mercaderes que sólo la ven como una cortesana de lujo.

No podemos culparla. Una parte de los muchos que vivimos en ella la convirtió en lo que es. Y lo hizo a pesar de todos los que nos opusimos audaz o tímidamente, aprovechando que no tuvimos la habilidad, la fuerza o la suerte necesarias para impedir que eso sucediese. Poco a poco, las acciones y las omisiones de los que no la cuidaron y, además, de los que no la cuidaron del modo adecuado, no sólo produjeron sus frutos: unos frutos extraños, resecos y amargos que dejan en la boca un sabor desagradable e imborrable. También abrieron en su cuerpo mil heridas que sangran silenciosa e ininterrumpidamente, desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la mañana siguiente. Aunque algunos estimen lo contrario, ninguno de los padecimientos que caen sobre nosotros, los que somos sus habitantes, es casual. Ninguno es gratuito. Ninguno consiste en la consecuencia desgraciada de la erupción de un volcán, de la vibración de un terremoto, del paso de un tornado o de la llegada de un tsunami. Tanto el deterioro de los colegios y de los hospitales que pertenecen al ámbito estatal; como el incremento de las personas e, incluso, de las familias que duermen en la vía pública; como el caos del tránsito que forma parte de la cotidianeidad; y como la rotura de las veredas y de las calles que entrecruzan el paisaje urbano; tienen un origen humano. Y ese origen, más allá de su carácter intencional o no, se encuentra en los que administran la ciudad desde hace cuatro años, de una manera tan torpe que no resiste ninguna crítica seria.

Si un maestro, por ejemplo, tiene que mendigar una tiza o un lápiz para tener la posibilidad de dictar una clase; si un médico, al igual que ese maestro, tiene que mendigar una venda o una jeringa para tener la posibilidad de atender a un paciente; y si ambos, en una metrópolis que siempre se caracterizó por su desarrollo social y su nivel cultural, tienen que mendigar una ayuda monetaria o material para tener la posibilidad de cambiar un tubo fluorescente, arreglar una canilla o pintar una pared; estamos ante un problema, ante un problema grave e indisimulable. Pero, si un gobierno que tiene los recursos para satisfacer esas necesidades no evita que los profesionales de la educación y de la salud también se conviertan en profesionales de la mendicación, estamos ante una inmoralidad. Los males que afectan en estos días a las personas que lucen el guardapolvo blanco de los docentes o el guardapolvo blanco de los galenos, para citar un caso entre muchos, demandan la asignación y la ejecución de partidas presupuestarias que garanticen el mantenimiento y el funcionamiento de las escuelas y de los hospitales, ya que no podemos aceptar como normal la existencia de establecimientos educativos y sanitarios con paredes descascaradas, cañerías perforadas, cables pelados, equipos de calefacción y refrigeración averiados, mobiliarios vetustos y trabajadores que no disponen de los elementos que son imprescindibles para el cumplimiento de sus funciones.

Por una ironía del destino, mientras la generalidad del país exterioriza la magnitud de su progreso en nuestras calles, nosotros, los porteños, estamos condenados a ser meros espectadores del espectáculo que se desarrolla ante nuestros ojos, en lugar de ser auténticos y legítimos coprotagonistas del mismo. Esta circunstancia, la de ser ciudadanos de segunda clase, constituye el logro más importante de nuestro Jefe de Gobierno: un hombre que, a semejanza de un individuo que abre las puertas de su hogar, nos dice, a través de los afiches callejeros, que somos bienvenidos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, es decir, que somos bienvenidos en nuestra ciudad, en nuestro barrio, en nuestra casa. Innegablemente, quien ocupa el palacio gubernamental confunde el rol de administrador de los bienes públicos con el de propietario, y el de empleado de los votantes con el de patrón. Y, al caer en esa confusión, pretende que lo tratemos con la respetuosidad de un huésped y la sumisión de un peón. Frente a este panorama… ¿Nosotros, en tanto seres libres y pensantes que merecemos un futuro venturoso, estamos dispuestos a hacer eso? En unos días, tras la conclusión de la votación prevista al efecto, las urnas contestarán dicha pregunta.