martes, 7 de febrero de 2012

UN HECHO ACIAGO Y DOLOROSO por Elías Quinteros

UN HECHO ACIAGO Y DOLOROSO




Elías Quinteros


La sucesión de acontecimientos que deterioraron la relación que existe entre Cristina Fernández y Hugo Moyano despierta en algunos el temor y en otros el deseo de una ruptura absoluta y de una confrontación abierta y despiadada que acabe con ambos. Frente a este panorama, conviene mantener la calma, seguir el desarrollo de los acontecimientos con una actitud desapasionada y, por último, tener la templanza necesaria para confiar en la racionalidad de los contendientes y de sus colaboradores más cercanos, ya que los primeros no están solos sino que se hallan acompañados por quienes los respaldan en esta partida de ajedrez que tiene como tablero a la realidad política y como trofeo a la satisfacción total o parcial de un conjunto heterogéneo de intereses.

En estos días, desde los medios periodísticos que no congenian con la línea oficialista y desde algunos que concuerdan con tal línea, los que piensan que constituyen la encarnación misma del cuarto poder arriesgan más de una hipótesis y más de un pronóstico. Así, Hugo Moyano, el malvado del momento, aparece con los rasgos de un sindicalista que trata de ser como Cipriano Reyes, Augusto Vandor, Raimundo Ongaro, Saúl Ubaldini e, incluso, Inacio Lula da Silva o, expresado de otro modo, como un sindicalista que trata de recuperar la postura confrontativa de su juventud para preservar el control de la Confederación General del Trabajo o, en cambio, para pisar la arena política con el propósito de satisfacer una ambición personal. En todo caso, emerge como una figura que desafía a la Casa Rosada y que, además, está condenada al fracaso porque no tiene una opinión favorable en más de un sector de la sociedad argentina; ni tiene un respaldo incondicional de la totalidad o, en su defecto, de la mayoría del comité confederal; ni tiene un aparato político que pueda competir éxitosamente con el partido peronista.

Más allá de lo dicho, ningún sindicalista de la Confederación General del Trabajo puede creer con sinceridad que esa central sindical puede prescindir del apoyo de un gobierno que mejoró la situación de la clase trabajadora. De la misma manera, ningún funcionario del edificio de la calle Balcarce puede considerar que el gobierno nacional puede prescindir del apoyo del edificio de la calle Azopardo, aunque implemente una política económica y social que favorezca el incremento de los empleos y la mejora de las condiciones laborales. A esta altura de los acontecimientos, lo importante no radica en los agravios infringidos o, supuestamente infringidos por ambos contendientes, sino en el desgaste producido en una relación que, a imitación de la que existe en una pareja desavenida, se dirige progresiva e inexorablemente al momento del rompimiento definitivo. Aquí, no tenemos que pensar en el trato dispensado por Cristina Fernández a Hugo Moyano, ni en la ausencia de una cantidad mayor de representantes gremiales en el Congreso Nacional por una decisión expresa de la presidenta, ni en la oposición de Cristina Fernandez a la sanción de una ley que regule la participación obrera en las ganancias de las empresas, ni en la ausencia de Hugo Moyano en la Asamblea Legislativa, ni en las palabras pronunciadas por el lider cegetista en el estadio de Huracán, ni en la renuncia de éste a los cargos partidarios que estaban bajo su responsabilidad, etc. Aquí, tenemos que volar por encima de los alcones de la Confederación General del Trabajo que sostienen que Cristina Fernández quiere destruir el poder gremial de Hugo Moyano, y de los alcones de la Casa Rosada que argumentan que Hugo Moyano quiere disputar el poder político de Cristina Fernández. Y tenemos que hacer eso aunque dicha postura parezca ingenua en más de un sentido.

Nadie gana con la derrota de uno de los contrincantes, a excepción de aquellos que apuestan al fracaso del modelo que está vigente: un modelo que, para sobrevivir e incrementar sus concreciones, requiere el sostenimiento de la alianza que todavía existe entre el gobierno nacional y el sindicalismo. Quienes creen que la solución más adecuada para salir de este conflicto consiste en la sustitución de Hugo Moyano por otro gremialista al frente de la central obrera, ya que una claudicación por parte de él resulta impensable, pasan por alto que el «Negro», después de tantos años de lucha gremial, tiene los diplomas necesarios para liderar al sector mayoritario del movimiento trabajador. Además, corren el riesgo de dejar a la Confederación General del Trabajo en las manos de un sindicalista conflictivo que pertenezca a la facción que no cuaja con el gobierno; o de un sindicalista amistoso y débil que no pueda mantener la unidad de la central y que, por lo tanto, conduzca a la fractura de la misma; o de un sindicalista amistoso y fuerte que preserve dicha unidad a costa de una sumisión absoluta e ininterrumpida del aparato gremial que sofoque su autonomía y que, tarde o temprano, resulte contraproducente: afirmación que no excluye a la propia presidenta. En medio de este paisaje, suponer que Cristina Fernández pueda admitir que alguien cuestione su mando es ridículo. Del mismo modo, suponer que Hugo Moyano pueda reconocer la primacía de la presidenta como si fuese un lacayo es tan ridículo como lo anterior. Por eso, cualquier entendimiento, más allá de las cuestiones puntuales que puedan constituir su objeto, demanda, por encima de todo, la preservación de la autoridad y la imagen de los dos. Si, por el contrario, un acuerdo entre ambos ya es imposible, quienes consideramos que pertenecemos al campo nacional y popular y, en consecuencia, abogamos por la profundización del modelo gubernamental, tendremos que prepararnos para asistir a la consumación de un hecho aciago y doloroso.