jueves, 28 de noviembre de 2013

VICISITUDES por Elías Quinteros

VICISITUDES

Elías Quinteros

Sorpresivamente, el 5 de octubre, descubrimos que Cristina Fernández, la Presidenta de la Nación, padecía los efectos de una «colección subdural crónica» o, dicho de otra forma, de una acumulación de sangre que se había formado entre la masa de su cerebro y la membrana que recubre al mismo, como consecuencia de un traumatismo de cráneo. Y, dos días después, nos anoticiamos que esa acumulación de sangre requería la realización de una cirugía. A partir de ese momento, seguimos con atención y, a veces, con ansiedad, las alternativas relativas a su internación en el Hospital Universitario de la Fundación Favaloro, su intervención quirúrgica, su recuperación y, por último, su reposo en la Quinta de Olivos: algo que no fue sencillo porque las informaciones vinculadas a dichas cuestiones fueron brindadas en algunos casos, de una manera razonable, con una especie de gotero. Sin su presencia en la escena política (algo que no pasaba desapercibido), llegamos al 27 de octubre, es decir, al tercer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner, a la fecha de las elecciones legislativas de este año y, finalmente, al triunfo del Frente para la Victoria: un triunfo indiscutido a nivel nacional que, a pesar de garantizar el control del Congreso de la Nación, no permitió plantar la bandera de la consagración en la ciudad de Mauricio Macri, ni en las provincias de Daniel Scioli, José Manuel de la Sota, Antonio Bonfatti y Francisco Pérez. La oposición o, con más precisión, la parte de ella que suele distinguirse por sus actitudes absurdas trató de menoscabar el triunfo del gobierno argumentando, por ejemplo, que la importancia de una victoria local, como la de Sergio Massa, Hermes Binner, Gabriela Michetti, Julio Cobos, etc., era mayor que la de una victoria general; o que el caudal electoral de la totalidad de las fuerzas opositoras era mayor que el del oficialismo (comparación caprichosa y bochornosa porque tales fuerzas no constituían un único partido). Mas, la realidad desbarató esos intentos y descolocó abrupta y rápidamente a los autores de los mismos. A cuarenta y ocho horas de los comicios, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, el órgano máximo del Poder Judicial, declaró la constitucionalidad de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, en la causa caratulada: «Grupo Clarín SA y otros c/ Poder Ejecutivo Nacional y otro s/ acción meramente declarativa». Y, seis días más tarde, a raíz de dicho pronunciamiento, el grupo empresario más poderoso del ámbito comunicacional presentó a la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), su «plan de adecuación».

* * * * *

En medio de los acontecimientos que se sucedieron, no recordamos o, mejor dicho, no recordamos de la manera debida el centésimo duodécimo aniversario del nacimiento de Arturo Martín Jauretche (13 de noviembre), ni el nonagésimo cuarto aniversario del nacimiento de John William Cooke (14 de noviembre). Y, al proceder de esa forma, negamos a estos dos hombres inigualables —que junto a Juan Domingo Perón y a María Eva Duarte (Evita), simbolizan, sintetizan y explican la diversidad y la complejidad del peronismo—, un homenaje sincero, digno, adecuado y oportuno. Pero, tal circunstancia no configura una sorpresa. Al fin y al cabo, el «General» y la «Abanderada de los Humildes» tampoco suelen ser objeto de muchos homenajes que reflejen su importancia política e histórica. Sin duda, el recuerdo de estos «gigantes» de la Argentina —que vinieron al mundo en la Provincia de Buenos Aires, que se graduaron como abogados, que militaron políticamente, que se destacaron en la actividad pública, que experimentaron la vivencia de ser perseguidos por sus opiniones, que conocieron la cárcel, que padecieron el exilio y que, en definitiva, fueron dos personalidades de convicciones fuertes y acciones decididas—, incomoda a más de uno. Si esto no es así, ¿por qué no evocamos con constancia al revolucionario romántico que participó en la rebelión de Paso de los Libres; al yrigoyenista inclaudicable que fundó la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), con Manuel Ortiz Pereyra, Luis Dellepiane, Raúl Scalabrini Ortiz, Gabriel del Mazo y Homero Manzi; y al escritor revisionista que expuso su pensamiento en «Los Profetas del Odio y la Yapa», en «El medio pelo en la sociedad argentina» y en el «Manual de zonceras argentinas», entre otros textos de su autoría? ¿Y por qué no hacemos lo mismo con el militante intachable que tuvo el privilegio de ser designado por Juan Domingo Perón como su representante y su heredero; con el preso político que escapó de la Cárcel de Río Gallegos, con Héctor José Cámpora, Jorge Antonio y Guillermo Patricio Kelly; y con el teórico extraordinario que describió la realidad de su tiempo en «Apuntes para la militancia»? Es cierto. Hablamos de tanto en tanto del héroe de la «Década Infame» y del héroe de la «Resistencia Peronista». No obstante, en la mayoría de los casos, sólo constituyen un par de nombres. Y eso es lamentable. Un pueblo que pierde su memoria pierde más que su historia. Pierde más que los relatos de sus triunfos y sus derrotas. Pierde más que los mitos que explican su origen. Pierde su identidad. O sea, pierde lo que lo diferencia del resto de los pueblos, lo que lo convierte en algo único y lo que lo impulsa a fundar un proyecto de existencia que exteriorice sus auténticos valores, que trasluzca sus auténticas utopías, que contemple sus auténticos intereses y que satisfaga sus auténticas necesidades. En síntesis, un pueblo que no preserva su memoria es como una moneda falsa. Por eso, la tendencia a considerar que no tenemos ninguna deuda con Arturo Martín Jauretche y John William Cook equivale a incurrir en el pecado de la ingratitud. Y la de suponer que alcanza con la costumbre de adornar las paredes de un evento con sus imágenes, repetir sus frases más conocidas en un acto político o debatir algún aspecto de sus vidas durante un encuentro de intelectuales, equivale a incurrir en el pecado de la estupidez.

* * * * *

El 17 de noviembre, disfrutamos de un domingo que tuvo como nota sobresaliente la proyección del documental «NK» de Israel Adrián Caetano, en el anfiteatro del Parque Lezama, con motivo del «Día de la Militancia». Y, al día siguiente, no sólo celebramos el retorno oficial de Cristina Fernández, como titular del Poder Ejecutivo, con la aprobación del cincuenta y tres por ciento de la opinión pública: detalle que deja a los políticos de la oposición e, inclusive, a los del oficialismo, a unas leguas de distancia. También asistimos a la renovación parcial del gabinete y, por ende, a la sustitución de Juan Manuel Abal Medina, por Jorge Capitanich (Gobernador de la Provincia del Chaco), en la Jefatura de Gabinete; de Hernán Lorenzino, por Axel Kicillof (Secretario de Política Económica y Planificación del Desarrollo), en el Ministerio de Economía y Finanzas Públicas; de Norberto Yauhar, por Carlos Casamiquela (Presidente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), en el Ministerio de Agricultura; de Mercedes Marcó del Pont, por Carlos Fábrega (Presidente del Banco de la Nación Argentina), en el Banco Central de la República Argentina; y de Carlos Fábrega, por Juan Ignacio Forlón (Presidente de Nación Seguros), en el banco citado anteriormente. Una vez más, esta clase de desplazamientos nos permitió percibir la fugacidad de las designaciones públicas. Acaso, ¿Alberto Fernández, Sergio Massa y Aníbal Fernández no condujeron la Jefatura de Gabinete antes que Juan Manuel Abal Medina? ¿Roberto Lavagna, Felisa Miceli, Miguel Gustavo Peirano, Martín Lousteau, Carlos Rafael Fernández y Amado Boudou no condujeron el Ministerio de Economía antes que Hernán Lorenzino? ¿Y Alfonso Prat Gay y Martín Redrado no condujeron el Banco Central antes que Mercedes Marcó del Pont?

* * * * *

Como corolario de todo lo sucedido, el martes 19, nos enteramos del alejamiento de Guillermo Moreno: un alejamiento extraño o, por lo menos, llamativo. Según algunos, él presentó su renuncia. Y Cristina Fernández la aceptó. Según otros, Cristina Fernández le pidió que renunciase. Y él accedió a dicho pedido. Y, según otros, la presidenta, directamente, lo echó de su cargo. Pero, ¿una persona que es echada de la secretaría de un ministerio por la presidenta, porque la misma no está conforme con su desempeño, acuerda dejar su puesto unos días después, en lugar de hacerlo de inmediato? Y, por otro lado, ¿esta versión, la del desplazamiento violento, tiene como difusores exclusivos e incansables a los enemigos más acérrimos del Secretario de Comercio Interior? Evidentemente, Guillermo Moreno no es un hombre como los demás. Es un hombre de temperamento que exterioriza sus pensamientos en público; que no elude las discusiones que se presentan; que destroza a sus rivales con una elocuencia, una ironía y una cuota de humor que resultan asombrosas; y que, en suma, despierta amores y odios con una intensidad inusitada. Para unos, es un héroe, un patriota; y, para otros, un demonio, un patotero, un incapaz que produjo la mayoría de los males económicos de la Argentina. Sin embargo, ¿quienes lo critican con vehemencia son sinceros cuando proceden de esa manera? O, por el contrario, ¿afirman con un tono admonitorio que él es un «burócrata» y un «autoritario» porque tenían la costumbre de tratar al resto de la sociedad con una prepotencia que ya no es consentida por el Estado? A ciencia cierta, y como todos los que tratan de hacer algo desde la función pública, tuvo sus grandes aciertos y sus grandes equivocaciones. No obstante, lo que contribuye a disipar las dudas está dado por la magnitud y las características de sus enemigos. A esta altura de lo hechos, ser descalificado, entre otros, por los voceros de «Clarín» o de «La Nación» no constituye un desmerecimiento, sino un elogio.

* * * * *

Tras las manifestaciones públicas de Jorge Capitanich y Axel Kicillof y los análisis periodísticos de los especialistas y los seudoespecialistas que tratan de explicar las ideas económicas de ambos, advertimos que el gobierno nacional no piensa modificar los lineamientos básicos del modelo de crecimiento económico con inclusión social que existe en nuestro país. Esto es excelente. La insuficiencia de capitales y de energía que afecta a la Argentina —cuestión enarbolada hasta el aburrimiento, por más de un miembro de la oposición, para convencernos de la supuesta incapacidad de nuestros funcionarios—, no expresa el fracaso de dicho modelo sino que, paradójicamente, exterioriza el éxito del mismo. Al fin de cuentas, la multiplicación de las personas que tienen un trabajo y un beneficio previsional, el aumento de los salarios y de las jubilaciones de un modo constante y significativo, y la creación de las asignaciones por hijo y por embarazo, provocan un aumento de la demanda que requiere un aumento de la producción y, por ende, de las inversiones y del suministro energético. Asimismo, la salida de dólares —otra cuestión esgrimida con obstinación, por algunos opositores, a fin de acreditar la pretendida endeblez de la economía local—, tiene su origen en el pago de la deuda externa (un compromiso heredado de los gobiernos anteriores que fue renegociado oportunamente obteniendo la disminución del monto adeudado, la reducción de los intereses y la prolongación de los plazos de pago); en la importación de energía e insumos (dos problemas puntuales que revelan el crecimiento del sector industrial); y en el pago de los gastos turísticos que son efectuados en el exterior (una circunstancia que trasluce el bienestar económico de los que realizan esta clase de gastos). La inflación —tercera cuestión que desvela a la «cadena nacional del odio y del desánimo»—, no aparece como un problema insolucionable. Mas, exige un acuerdo y, de ser necesario, una actitud sancionatoria con los formadores de precios. Ahora bien, la prolongación de una política que rechaza la aplicación de las recetas habituales de la ortodoxia económica, por medio de un equipo que trae un poco de aire fresco al elenco del gobierno, no alcanza por sí sola para solucionar los problemas enunciados y otros más, aunque demuestra que el rumbo fijado desde la Casa Rosada es el correcto. En este momento, los desafíos ya no son como los del año 2003. Todos tienen características diferentes. Y, por esa razón, requieren una pizca mayor de imaginación. Esperemos que los hombres de la presidenta estén a la alt
ura de los acontecimientos. En caso contrario, la mayoría de los argentinos afrontaremos las consecuencias.

* * * * *

En un presente tan desconcertante como el que nos impacta día a día, el «proyecto» de carácter «popular, nacional y latinoamericano» que es ejecutado por la sociedad argentina y, en su defecto, por el grueso de la misma, desde hace diez años, inicia una nueva etapa. ¿Qué nos espera a la vuelta de la esquina? Nadie puede predecirlo con exactitud. Pero, esa no es una razón para que no sigamos avanzando.

martes, 5 de noviembre de 2013

Una cuestión de fe por Elías Quinteros

UNA CUESTION DE FE

Elías Quinteros

Mi padre, un hombre de una fe poderosa y admirable, consideraba que las personas tenían que esforzarse para conservar su fe en los momentos difíciles de la vida porque esos momentos eran, justamente, los que ponían a prueba la fe de cada uno y demostraban, en definitiva, si la misma era auténtica o no. Y yo —que fui inscripto en el Registro Civil de la Ciudad de Buenos Aires, con el nombre de un profeta que degolló a cuatrocientos cincuenta sacerdotes que contaban con la protección del rey Acab y de la reina Jezabel, tras demostrar ante el pueblo de Israel que Yahveh era más poderoso que Baal; y que fui educado, desde la perspectiva religiosa, en las enseñanzas de Jesús, Pablo, Agustín, Lutero y, por encima de todo, Wesley—; trato de tener presente el pensamiento de mi padre cuando siento que mi fe flaquea. El reconocimiento de esto último no constituye un motivo de vergüenza para mí. Después de todo, dudar es humano. Y, por otra parte, cada uno de los nombrados tuvo sus dudas e, incluso, sus dudas ciclópeas, incontrolables y angustiosas. Ciertamente, yo me encontraba, aunque no lo advertía o no lo quería advertir, en un momento de desconcierto, cansancio e incertidumbre, por el resultado de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias, por la operación de Cristina, por el aniversario de la muerte de Néstor, etc. Pero, la vida, que no deja de sorprendernos, me demostró una vez más que mi padre estaba en lo correcto. En primer lugar, el domingo 27, el Frente para la Victoria tuvo un desempeño más que aceptable en la elección legislativa, para disgusto de los opositores más acérrimos, ya que incrementó el número de sus diputados, aunque no logró imponerse en ninguno de los cinco distritos más importantes, desde el punto de vista electoral. En segundo término, el lunes 28, el equipo de Racing —que había empatado con Colón y Lanús; había perdido con San Lorenzo, Tigre, Arsenal, All Boys, Boca Juniors, Newell's Old Boys, Belgrano de Córdoba, Rafaela, Estudiantes de La Plata y Vélez Sarsfield; y había quedado en el último puesto de la lista de posiciones correspondiente al Torneo Inicial de la Primera A—; derrotó a Godoy Cruz y, con ello, se reencontró con el triunfo. Y, en tercer orden, el martes 29, la Corte Suprema de Justicia de la Nación falló a favor de la constitucionalidad de la Ley N° 26.522 o Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, en la causa caratulada: «Grupo Clarín SA y otros c/ Poder Ejecutivo Nacional y otro s/ acción meramente declarativa».

Desde cualquier ángulo, el tercer hecho fue el más importante. El triunfo de Racing constituyó un motivo de alegría para los partidarios de la «Academia». El triunfo del Frente para la Victoria constituyó un motivo de alegría para los partidarios del gobierno nacional. Mas, el triunfo de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual constituyó un motivo de alegría para los partidarios de la «democracia». Y, aquí, tenemos la obligación de no confundirnos. La sociedad argentina no asistió a la representación de un acto judicial que, por medio de una serie de rituales y tecnicismos, se limitó a traslucir el conflicto que enfrenta a la presidenta con el Grupo Clarín o, dicho de otra manera, que enfrenta al Estado Nacional con el poder económico. Por el contrario, presenció algo que era más trascendente: el desarrollo de la escena más esperada y angustiante de una tragedia que —con el estilo de Shakespeare o, quizás, de Sófocles—, enfrenta a la «democracia» con el «mercado». Quien piensa, tras ver los acontecimientos, que todo se reduce a la existencia de un conflicto entre una mandataria y un grupo económico que trata de defender la libertad de expresión incurre en una equivocación. Y quien estima, a diferencia del caso anterior, que todo se reduce a la existencia de un conflicto entre una mandataria y un grupo económico que trata de conservar su posición dominante dentro del campo de las comunicaciones, sólo percibe el aspecto superficial del asunto. Aunque algunos procuren demostrar lo opuesto, la «democracia» y el «mercado» son dos realidades irreconciliables. Y, por esa razón, el predominio de la primera es incompatible con la existencia del segundo, al igual que el predominio del segundo es incompatible con la existencia de la primera. La «democracia», entendida como una forma de gobierno que refleja una forma de vida, necesita que el Estado, mediante una actitud activa, regule en la medida de lo imprescindible la actividad de la totalidad de los actores, sean económicos o no, para que ninguno quede a merced de otro. En cambio, el «mercado» —a semejanza de sus dos hijas: la «oferta» y la «demanda»—, necesita que el Estado, mediante una actitud activa o pasiva, permita que los actores económicos protagonicen un enfrentamiento permanente y que, en consecuencia, los actores más poderosos, es decir, los que concentran el capital, devoren total o parcialmente a los más débiles. Esto es así porque el «mercado» —efecto directo del crecimiento desproporcionado de la esfera económica, en detrimento de las demás, a raíz de la presencia de un Estado que no impide ese crecimiento, ni evita que el pez más grande se coma al más pequeño—, responde a la ley de la selva. Tal característica lo lleva a reproducir el escenario natural que precedió a la celebración del contrato social, en donde el hombre era el lobo del hombre, según el pensamiento de Hobbes. No en vano, los capitalistas más extremos abogan por la desaparición del Estado o por la existencia de un Estado pequeño y débil. De una manera que resulta paradójica, el capitalismo —que siempre aparece asociado a los adelantos tecnológicos y científicos de los siglos XVIII, XIX y XX—, implica un retroceso, una involución, una vuelta a la época de las cavernas.

El enfrentamiento con un gigante de las comunicaciones o, con más precisión, con un poder real, concreto y enorme, de carácter empresarial, comercial y financiero, que defiende al «mercado» porque sabe que éste le permite actuar con una libertad y una impunidad que no son admitidas en una «democracia verdadera», actualiza los análisis efectuados por Weber, respecto de las organizaciones burocráticas, y por Heidegger, respecto de la comunicación moderna. Asimismo, esta forma de comunicación —que combina, según lo explicado por Forster, lo mejor de la propaganda fascista y de la cinematografía «hollywoodense»; y que procura, según lo manifestado por Zaffaroni, la homogeneización de la diversidad cultural que existe en la Argentina—; atraviesa el campo de la información, el campo de la publicidad y el campo del entretenimiento. Incide directa o indirectamente en los contenidos y en las prácticas de la educación, formando y reformando las mentes, dentro y fuera de los establecimientos educativos, de acuerdo a la conveniencia del momento. Y tritura día a día, con su maquinaria infernal, la vida de los que se someten a su voluntad sin ninguna clase de limitación: seres que venden su alma, como Fausto, el personaje de Goethe; y que están obligados a ocultar su ruindad, como Dorian Gray, el personaje de Wilde. Sin duda, todo lo sucedido desde la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y, con más razón, desde el cuestionamiento judicial de dicha norma por parte del Grupo Clarín, prueba que los defensores de la misma no son unos Quijotes o, dicho de otra manera, unos seres creados por la imaginación de Cervantes que ven un molino y creen que están ante un gigante amenazador. Al contrario, el gigante de esta historia es real. En contraposición con Goliat, que fue vencido por un individuo (David), y con Polifemo, que fue vencido por varios (Ulises y los que integraban su tripulación), éste conoció la derrota por el esfuerzo común de un pueblo, de una sociedad, de un colectivo heterogéneo que tuvo la habilidad necesaria para superar sus diferencias en aras de algo superior.

Probablemente, el fallo no contente a todos. Al fin y al cabo, la derrota infringida a Magnetto, más allá de su contundencia, no equivale a la destrucción total de su poder de fuego. Sin embargo, tal circunstancia no disminuye la importancia de lo logrado. La resolución de la Corte Suprema de Justicia —además de enunciar que el Estado puede regular las comunicaciones audiovisuales con el propósito de favorecer la pluralidad y la diversidad de las expresiones, para que la sociedad pueda tener un abanico informativo que le permita elegir mejor—, reconoce que una «democracia» que pretenda garantizar su existencia y profundizar su contendido se encuentra legitimada para enfrentar al «mercado» con los instrumentos estatales que están a su disposición. Y, al proceder de ese modo, da a entender por medio de un lenguaje «jurídico» que el enfrentamiento con el «mercado» no es un acto que atenta contra la Constitución Nacional, sino que es uno que contribuye a consolidarla. El «mercado», venerado por algunos como si fuese un dios, no constituye algo intocable. No es algo que se encuentra al margen del p
oder estatal, ni al margen del sistema democrático, ni al margen de la voluntad popular. Desde que Moreno teorizó sobre el Estado y, por lo tanto, consideró que éste tenía la obligación de adecuar la economía a las necesidades de la «causa revolucionaria», anticipando en más de un aspecto la política económica del peronismo, la oposición al «mercado» fue vista como una herejía, por los Torquemadas de dicha divinidad: una actitud que convirtió a América en un Auschwitz titánico que, durante cinco siglos, devoró pueblos, grupos e individuos, independientemente de su identidad racial y étnica. En este caso, la condición de «hereje» se superpone con la condición de «bárbaro», según la concepción de Sarmiento. Y, por eso, configura la negación de la condición de «ciudadano», de la condición de «persona física» y de la condición de «ser humano»: negación ventajosa para las fuerzas económicas porque conlleva, a su vez, el desconocimiento de los derechos más elementales. Por fortuna, desde la semana pasada, algo cambió. La «democracia», a pesar de ser imperfecta, superó una prueba decisiva. Indudablemente, mi padre estaba en lo cierto. No debemos perder la fe. Y si lo hacemos, debemos esforzarnos para recuperarla.