lunes, 9 de marzo de 2015

miércoles, 4 de marzo de 2015

Algo para leer por Elías Quinteros

ALGO PARA LEER

Elías Quinteros

1. La recomendación de una bibliografía o, mejor dicho, de un conjunto de textos que comprenda libros, fragmentos de libros y escritos que no tengan tal condición, con el propósito de facilitar el conocimiento de la historia argentina no es una labor simple. Ni es una labor ligera. Aunque más de uno no lo advierta, la misma no consiste exclusivamente en la enunciación de una serie de textos y una serie de autores. Al contrario, es más vasta y más compleja que eso. Quien recomienda la lectura de una obra que tiene uno o varios puntos de contacto con la historia siempre lo hace desde una posición ideológica, es decir, desde una posición que permite ver el presente y el pasado de un modo determinado. Por lo tanto, quien efectúa una selección de textos con la finalidad expuesta previamente debe exteriorizar su ideología. Y no sólo debe hacerlo para que todos sepan la orientación de su pensamiento, la posición ideológica que condiciona su selección y la finalidad de esta última. También debe realizarlo para que todos comprueben si su labor concuerda con su forma de ver las cosas. En otras palabras, tal tarea requiere inexcusablemente la combinación de dos actitudes: la sinceridad y la coherencia. La ausencia de la primera nos deja a merced de alguien que no es honesto desde la faceta intelectual. Y, por su parte, la ausencia de la segunda nos deja a merced de alguien que no razona de la manera adecuada. Por eso, en este escrito, la alusión a algunos textos y algunos autores trasluce la existencia de una postura de carácter ideológico y, por ello, de una interpretación de la historia que contempla a las personas, a los hechos y a las circunstancias del pasado, desde un punto de vista que reivindica lo popular, lo nacional y lo latinoamericano.

2. Durante el período que transcurre desde 1852 hasta 1880 o, con más propiedad, desde la batalla de Caseros hasta la federalización de la ciudad de Buenos Aires (dos hechos trascendentales por los efectos directos e indirectos que produjeron), la Argentina experimentó un proceso de transformación política, económica, social y cultural que la convirtió en una semicolonia de Gran Bretaña. A raíz de esta circunstancia, tuvo el aspecto de un Estado independiente y, por ende, un nombre propio, un territorio, una organización institucional, un gobierno, una bandera, un himno nacional, una moneda y un ejército, entre otros elementos. Pero, careció de una independencia real porque —al adoptar un modelo de producción agropecuaria que apuntaba a la satisfacción de la demanda del mercado británico, en lugar de un modelo de producción industrial que apuntase a la satisfacción de la demanda del mercado interno y, luego, del mercado mundial, a semejanza de los Estados Unidos y el Imperio Alemán—, dependió desde el punto de vista económico y, en consecuencia, desde el punto de vista político, de las decisiones que eran tomadas en los despachos londinenses. Tal situación representó la obra de una oligarquía mercantil y agro-ganadera, con pretensiones aristocráticas, que reunió en un principio a los sectores dominantes de la provincia de Buenos Aires y que, más tarde, incorporó en forma paulatina a los sectores dominantes del resto de las provincias, adquiriendo una dimensión nacional. Sus ideas autoritarias desde una perspectiva política, liberales a ultranza desde una perspectiva económica, racistas desde una perspectiva social y europeístas desde una perspectiva cultural, requirieron el sometimiento de las montoneras federales, del pueblo paraguayo y de los pueblos aborígenes mediante el uso de la fuerza; la marginación del gauchaje mediante la introducción de colonos extranjeros; la sofocación de las revueltas sociales mediante el recurso de la represión legal e ilegal; y la entronización de sus integrantes mediante la instrumentación de una democracia fraudulenta. Y, por esos motivos, necesitó la construcción de un relato histórico que la legitimase o, dicho de otra manera, que la mostrase como la garantía del orden, como la herramienta del progreso, como la encarnación de la «civilización» y como la heredera de los fundadores de la patria, aunque eso implicase el olvido, la descalificación y la falsificación deliberada de las ideas, las personas y los hechos que no congeniaban con sus propósitos.

3. El relato que justificó la actuación de esa oligarquía es conocido como la «historia mitrista» (porque aprovechó los cimientos conceptuales que fueron levantados por Bartolomé Mitre, su ideólogo más influyente), como la «historia liberal» (porque desarrolló una interpretación del pasado que privilegió el liberalismo económico), o como la «historia oficial» (porque hegemonizó con el paso del tiempo los discursos de los funcionarios, las disertaciones de los catedráticos, los textos de los escritores y los periodistas, y las denominaciones de las ciudades, los pueblos, las escuelas, las estaciones ferroviarias, las calles y las plazas). Mas, su predominio nunca fue absoluto e ininterrumpido. A pesar de los esfuerzos realizados por los que trataron de convertirlo en un discurso único e inobjetable, muchos tuvieron la capacidad necesaria para elaborar un conjunto de discursos alternativos y para disputar el dominio del escenario discursivo, de una manera exitosa, en más de un momento. Así, la sociedad argentina presenció el surgimiento, la maduración y la consolidación del «revisionismo», o sea, del movimiento intelectual que revisó y cuestionó esa historia «mitrista», «liberal» u «oficial» que sustentaba las argumentaciones y las acciones del liberalismo, de la izquierda tradicional y de la derecha nacionalista: tres expresiones ideológicas que negaban al pueblo la calidad de sujeto histórico. Dicho movimiento (que nunca implicó la existencia de un discurso único, con una gama de tonalidades, sino la existencia de una multiplicidad de discursos, con una variedad de orígenes y desarrollos), significó el abordaje de la historia, según la visión de los «otros», de los «diferentes», de los «bárbaros».

4. De acuerdo a la visión de los «civilizados», la «barbarie» es lo contrario a la «civilización». El reino de la «barbarie» es el «desierto» (expresión que no alude a una región que no está poblada por hombres, sino a una región que no está poblada por hombres «civilizados»). Los representantes de la «barbarie» son los «bárbaros». Los «bárbaros» son básicamente el «indio», el «gaucho» y, con posterioridad, el «inmigrante». El jefe de los «bárbaros» es el «caudillo». La organización social y militar de los «bárbaros» es la «montonera». Y la creencia política de los «bárbaros» es el «federalismo». Por esto, la «barbarie» está asociada a lo «territorial», lo «popular», lo «autóctono» (entendido como una mezcla de lo «español» y lo «americano»), y lo «federal». Acorde con lo dicho, la relación que existe entre la «civilización» y la «barbarie» está en «Civilización y barbarie en la historia de la cultura argentina» de Fermín Chávez; en «Los profetas del odio y La yapa», «El medio pelo en la sociedad argentina» y «Manual de zonceras argentinas» de Arturo Jauretche; y en «El dilema argentino» de Maristella Svampa. La visión de la «barbarie» por parte de los «civilizados» está en «La cautiva» de Esteban Echeverría; en «Facundo», «De la educación popular», «Argirópolis», «Las ciento y una» y, por encima de todo, «Conflicto y armonías de las razas en América», de Domingo Faustino Sarmiento; en «Las multitudes argentinas» de José María Ramos Mejía; en «El payador» de Leopoldo Lugones; en «Sociología argentina» de José Ingenieros; en «Casa tomada» de Julio Cortázar; en «Libro Negro de la Segunda Tiranía» de la autodenominada Comisión Nacional de Investigaciones; y en «¿Qué es esto?» de Ezequiel Martínez Estrada. Y los exponentes de la «barbarie» y, por lo tanto, los enemigos de los «civilizados», están en «Martín Fierro» de José Hernández (el gaucho que enfrenta a los «civilizados»); en «Santos Vega» de Rafael Obligado (el gaucho que es derrotado por los «civilizados»); en «Don Segundo Sombra» de Ricardo Güiraldes (el gaucho que asume las reglas de los «civilizados» y que, por esa razón, adquiere la condición de paisano o, expresado de otro modo, de «bárbaro bueno»); en «La guerra al malón» de Manuel Prado (el soldado de la frontera que enfrenta al indio); en «Los mensú» de Horacio Quiroga (el peón rural que es explotado laboralmente); y en «Jinetes rebeldes» de Hugo Chumbita (el indio, el montonero y el bandido social).

5. La Revolución de Mayo fue una manifestación local de un movimiento revolucionario que sacudió a España y que, después, conmovió a los territorios españoles de América. En un comienzo, presentó las particulares de una guerra civil que enfrentó a dos bandos que estaban integrados por españoles que habían nacido en las tierras europeas y por españoles que habían nacido en las tierras americanas (más conocidos como «criollos»). Uno de esos bandos quería que todo permaneciese tal como estaba. En cambio, el otro pretendía la modificación de la realidad. El ala más moderada de este último sólo deseaba la posibilidad de comerciar libremente con Gran Bretaña. Por el contrario, el ala más radical aspiraba a la implementación de un conjunto de reformas políticas, económicas y sociales que eran reclamadas por los sectores populares de ese momento. Unicamente, cuando el contexto evidenció que la obediencia a la monarquía española era incompatible con la concreción de tales reformas, la revolución asumió el carácter de una guerra independentista. Tal particularidad surge, entre otras obras, de «La Revolución de Mayo» de Norberto Galasso; y, en especial, del «Plan Revolucionario de Operaciones» de Mariano Moreno. A su vez, la sociedad porteña durante la revolución, la guerra independentista y la guerra civil es descrita hasta el aspecto más pequeño en «Buenos Aires desde setenta años atrás (1810-1880)» de José Antonio Wilde.

6. La guerra civil está tratada en «Las masas y las lanzas (1810-1862)» de Jorge Abelardo Ramos; el rosismo, en «Carta a Facundo Quiroga» del 20 de diciembre de 1834 (más conocida como «Carta de la Hacienda de Figueroa»), de Juan Manuel de Rosas; la Guerra del Paraguay o Guerra de la Triple Alianza, en «La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas» de José María Rosa; el período de la Argentina agropecuaria, en «Pro y contra de Sarmiento» de Luis Alberto Murray; «Cartas quillotanas» de Juan Bautista Alberdi (contracara de «Las ciento y una» de Domingo Faustino Sarmiento); «La restauración nacionalista» y «Eurindia» de Ricardo Rojas; «Política nacional y revisionismo histórico» de Arturo Jauretche; «La construcción de los héroes» de León Pomer; «El Centenario» de Horacio Salas; «Canto a la Argentina» de Rubén Darío; y «Política británica en el Río de la Plata» e «Historia de los ferrocarriles argentinos» de Raúl Scalabrini Ortiz; la «Década Infame», en «El hombre que está solo y espera» de Raúl Scalabrini Ortiz; «Cambalache» de Enrique Santos Discépolo; «Meditación de Barranca Yaco» de Saúl Taborda; «Historia de una pasión argentina» de Eduardo Mallea; y, aunque no corresponde estrictamente al período indicado, «El mito gaucho» de Carlos Astrada; el 17 de octubre de 1945, en «Los enemigos del pueblo argentino» (conferencia del 3 de julio de 1948), de Raúl Scalabrini Ortiz; y el período inaugurado por la «Revolución Libertadora», en «La masacre de Plaza de Mayo» de Gonzalo Leónidas Chávez; «Recuerdo de la muerte» de Miguel Bonasso (las páginas correspondientes a la descripción del bombardeo de la ciudad de Buenos Aires); «Carta a Pedro Eugenio Aramburu» del 11 de junio de 1956 de Juan José Valle; «Operación masacre», «¿Quién mató a Rosendo?» y «Caso Satanowsky», de Rodolfo Walsh; «¿Qué es el ser nacional?» y «Nacionalismo y liberación» de Juan José Hernández Arregui; «Peronismo y revolución» de John William Cooke; «La hora de los pueblos» y «El proyecto nacional» de Juan Domingo Perón; «La Voluntad» de Eduardo Anguita y Martín Caparrós; «Política y/o violencia» de Pilar Calveiro; y «El peronismo de la victoria” de Jorge Bernetti. Por otra parte, un análisis de las corrientes ideológicas del país yace en «Historia crítica de los partidos políticos argentinos» de Rodolfo Puiggrós y en «La formación de la conciencia nacional (1930-1960)» de Juan José Hernández Arregui.

7. El «neoliberalismo», sosten indiscutible de la «Doctrina de la Seguridad Nacional» y del «Concenso de Whashington», utilizó a las dictaduras de los años «70» para el disciplinamiento de las sociedades americanas y a las democracias que sucedieron a esas dictaduras para el endeudamiento de dichas sociedades, para el apoderamiento de sus empresas públicas y para la extranjerización y la subordinación de sus economías. Aquí, en nuestro país, la vigencia de esta concepción política, económica, social y cultural del mundo, durante tres décadas aproximadamente (desde el año 1976 hasta el año 2003), explica la vigencia de algunas creencias, algunas conductas y algunas situaciones que derivan de tal concepción, a pesar de las transformaciones realizadas por la gestión kirchnerista y del acompañamiento efectuado por la sociedad en general. Esta manifestación del capitalismo (que, al igual que la totalidad de las expresiones del mismo, reconoce como fundadores lejanos, entre otros, a los sujetos que aparecen en «Piratas, filibusteros, corsarios y bucaneros» de Enrique Silberstein), muestra su rostro en «Plata fácil» de Daniel Muchnik; «Buenos muchachos» de José Natanson y «Economía a contramano» de Alfredo Zaiat (mentalidad de los hombres del «establishment»); en «De la Banca Baring al FMI» de Norberto Galasso (historia de la deuda eterna); en «Robo para la corona» de Horacio Verbitsky (relación entre las privatizaciones y la corrupción durante el menemismo); en «La mafia del oro» de Marcelo Zlotogwiazda y «Estoy verde» de Alejandro Bercovich y Alejandro Rebossio (tráfico ilegal del metal precioso y de la moneda estadounidense, respectivamente); y en «La sociedad excluyente» de Maristella Svampa y «Cuando me muera quiero que me toquen cumbia» de Cristian Alarcón (marginalidad social).

8. La trasformación paulatina de los aspectos políticos y jurídicos de los derechos humanos durante el período dictatorial y el período democrático encuentra un desarrollo detallado en la Ley N° 22.924 o «Ley de Pacificación Nacional»; el Decreto N° 158 de 1983 (juzgamiento de los integrantes de la primera, la segunda y la tercera junta militar); la Ley N° 23.040 (nulidad de la «Ley de Pacificación Nacional»); la Ley N° 23.492 o «Ley de Punto Final»; la Ley N° 23.521 o «Ley de Obediencia Debida»; los Decretos N° 1.002, 1.004 y 1.005 de 1989 y 2.741, 2.745 y 2.746 de 1990 (indultos presidenciales que beneficiaron a los que estuvieron involucrados en la ejecución de delitos contra la humanidad); la Ley Nº 24.952 (derogación de la «Ley de Punto Final» y la «Ley de Obediencia Debida»; la Ley Nº 25.779 (nulidad de las normas precedentes); y los pronunciamientos del 24 de agosto de 2004, en la causa «Arancibia Clavel, Enrique Lautaro s/ homicidio calificado y asociación ilícita y otros» (imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad); del 14 de junio de 2005, en la causa «Simón, Julio Héctor y otros s/ privación ilegítima de la libertad, etc.» (inconstitucionalidad de la «Ley de Punto Final» y la «Ley de Obediencia Debida»); y del 13 de julio de 2007, en la causa «Mazzeo, Julio Lilo y otros s/ rec. de casación e inconstitucionalidad» (inconstitucionalidad de los indultos); de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. El Conflicto del Atlántico Sur o Guerra de Malvinas aparece con claridad en el «Informe final» o «Informe Rattenbach» de la Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades Políticas y Estratégicas Militares en el Conflicto del Atlántico Sur; «Malvinas» de Oscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo van der Kooy; y «1093 Tripulantes del Crucero ARA General Belgrano» de Héctor E. Bonzo (textos que demuestran que los responsables de la última dictadura no leyeron o no aprendieron mucho de «El arte de la guerra» de Sun Tzu, ni «De la guerra» de Karl von Clausewitz, dos clásicos de la estrategia militar). El entramado de los medios de comunicación audiovisual asoma con nitidez en el dictamen del 12 de julio de 2013, en la causa «Grupo Clarín SA y otros c/ PEN s/ acción meramente declarativa», de Alejandra Gils Carbó. Y el fenómeno desconcertante del kirchnerismo halla una explicación particular e interesante en «La anomalía argentina» de Ricardo Forster.

9. El sueño de la «La Patria Grande» palpita en «Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla» del 6 de septiembre de 1815 (más conocida como «Carta de Jamaica»), y «Discurso pronunciado ante el Congreso de Angostura» del 15 de febrero de 1819 (más conocido como «Discurso de Angostura»), de Simón Bolívar; «Sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispanoamericanos y plan de su organización» de Bernardo Monteagudo; «Obras completas» de Simón Rodríguez; «Nuestra América» de José Martí; «La Patria Grande» de Manuel Ugarte; «7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana» de José Carlos Mariátegui; «Plan de realización del supremo sueño de Bolívar» de Augusto Cesar Sandino; «Ejército y política» de Arturo Jauretche; «América profunda» y «Geocultura del hombre americano» de Rodolfo Kusch; «Las venas abiertas de América Latina» de Eduardo Galeano; «América Latina» de Justino M. O‛Farrell; «Los silencios y las voces en América Latina» de Alcira Argumedo; «Venezuela y revolución» de Telma Luzzani; y «Presidentes» de Daniel Filmus.

10. La existencia de las personas es importante, tan importante como las fuerzas que inciden en la historia. Por eso, la vida de algunas de las figuras que se destacaron históricamente aparecen retratadas en «Túpac Amaru» de Boleslao Lewin (José Gabriel Condorcanqui o «Túpac Amaru II»); «Mariano Moreno» de Norberto Galasso (Mariano Moreno); «La revolución es un sueño eterno» de Andrés Rivera (Juan José Castelli); «Artigas» de Pacho O'Donnell (José Gervasio Artigas); «Exodo jujeño» de Hernán Brienza (Manuel Belgrano); «Seamos libres y lo demás no importa nada» de Norberto Galasso (José de San Martín); «Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana» de Bartolomé Mitre (visión «civilizada» de José de San Martín); «Monteagudo» de Pacho O'Donnell (Bernado Monteagudo); «El loco Dorrego» de Hernán Brienza (Manuel Dorrego); «Vida de Don Juan Manuel de Rosas» de Manuel Gálvez (Juan Manuel de Rosas); «Felipe Varela contra el Imperio Británico» de Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde (Felipe Varela); «Manuel Ugarte y la lucha por la unidad latinoamericana» de Norberto Galasso (Manuel Ugarte); «Vida de Hipólito Yrigoyen» de Manuel Gálvez (Hipólito Yrigoyen); «Jauretche y su época» de Norberto Galasso (Arturo Jauretche); «Perón» de Norberto Galasso (Juan Domingo Perón); «Cooke» de Norberto Galasso (John William Cooke); y «El presidente que no fue» de Miguel Bonasso (Héctor Cámpora).

11. Como dijimos al principio, la recomendación de una bibliografía no es una labor simple ni ligera. Y, por tal motivo, cada uno debe complementar la bibliografía recomendada por un tercero, con los autores y los textos que lleguen a sus manos, que despierten su interés, que contribuyan a la formación de su pensamiento y que, incluso, obtengan su respeto, aunque no concuerden plenamente con su forma de pensar. La concreción de dicha tarea no constituye una empresa imposible. Pero, es algo que demanda la totalidad de la vida. En consecuencia, no desperdiciemos nuestro tiempo. Y utilicemos una parte del mismo para conseguir, leer y releer los textos que merezcan nuestra atención.