miércoles, 18 de octubre de 2017

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Con dios y el diablo por Elías Quinteros



CON DIOS Y CON EL DIABLO

Elías Quinteros

Después de la realización de un proceso electoral, cualquiera se tropieza con dos clases de votantes: los que ganaron y los que perdieron. Por otro lado, también se topa con dos clases de perdedores: los que saben que perdieron y los que suponen que ganaron porque jugaron para el equipo de los ganadores. Teniendo tal conclusión en cuenta, ¿qué calificación le corresponde a cada uno tras la elección de las autoridades de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, por los profesores, los graduados y los estudiantes de las Carreras de Ciencia Política, Ciencias de la Comunicación, Relaciones del Trabajo, Sociología y Trabajo Social? Sin duda, para todos los que son conscientes de la derrota, estos son momentos adversos, momentos que forman parte de un tiempo de desastres y triunfos que se limitan a compensar o atenuar algunas de las calamidades padecidas, momentos que convocan a los fantasmas del desconcierto, la decepción, el cansancio y el abatimiento. Es cierto. La suerte favorece a los cruzados del neoliberalismo autóctono. Mas, en este presente tan aciago, eso no debe provocar el estupor de nadie. Guste o no, hasta que los vientos del destino no cambien de dirección, los días de muchos serán oscuros y, en el mejor de los casos, grises y opacos. Innegablemente, la Facultad de Ciencias Sociales no es una isla dentro de la Universidad de Buenos Aires. Y ésta, a su vez, tampoco es una isla dentro del país. Todo está conectado. Y lo que sucede en un extremo de la cadena, tarde o temprano, repercute en el otro. ¿Esta afirmación significa que lo efectuado para modificar el curso de las cosas fue en vano? No. Aunque parezca lo contrario, no significa eso. Sólo significa que las empresas no resultan exitosas, a pesar de la voluntad y el esfuerzo de quienes las promueven, cuando el momento, el lugar y el contexto no son los adecuados. No obstante las dificultades, cada uno se comprometió a su manera. Cada uno hizo lo suyo. Cada uno colaboró en la medida de sus posibilidades Y, por este motivo, quienes se aferraron a sus convicciones más profundas deben estar tranquilos con su conciencia, más allá de lo que puedan sentir o pensar en este instante. Ninguno vendió sus principios, ni cambió de vereda, ni traicionó a los que quedaron en este lado de la calle.

¿Por qué los que ganaron no celebran con sinceridad su triunfo? ¿Por qué pretenden que todos crean que mostrar los dientes en un autorretrato fotográfico equivale a una sonrisa auténtica, a una prueba inequívoca de alegría y felicidad? ¿Por qué dedican su tiempo a discutir con los que perdieron, de un modo descontrolado y agresivo, a través de las redes sociales, en lugar de destinarlo a festejar su hazaña? ¿Por qué están tan enojados? ¿Por qué sienten que deben defenderse a cada momento si, de acuerdo a sus afirmaciones, las acusaciones que los tienen por destinatarios son ridículas? Aunque varios sostengan lo opuesto, las elecciones de la Facultad de Ciencias Sociales no constituyeron una «interna del kirchnerismo». La presencia inocultable e inconfundible de antikirchneristas rotundos y rabiosos en uno de los bandos, demuestra que la descripción de lo sucedido como un enfrentamiento entre los dos sectores que emergieron con la partición de la fuerza gobernante, carece de un fundamento serio y confiable. Desde hace un tiempo más que notorio, el término «kirchnerismo», al igual que sus derivados, es utilizado para demonizar a una parte de la sociedad. Y, cuando esto no produce el resultado esperado, también es empleado para conducir o para tratar de conducir a las expresiones del campo nacional y popular por terrenos plagados de minas y cazabobos. Vivar a Néstor Kirchner y a Cristina Fernández no alcanza para pasar por un seguidor de ellos. No es suficiente. Y, en líneas generales, la agrupación «Sociales x venir» es una muestra contundente de lo dicho. Sin embargo, tal aspecto no configura lo más llamativo de todo. Al contrario, la particularidad más destacable e inquietante se encuentra dada por la colaboración de figuras conocidas y respetadas que no encuadran dentro de los parámetros del neoliberalismo.

¿Por qué razón individuos tan renombrados como Daniel Filmus, Jorge Taiana, Hernán Brienza, Ricardo Aronskind y Rubén Dri, optaron por el sector rupturista? ¿Qué los llevó a compartir un espacio con personas que están vinculadas a Emiliano Yacobitti, Martín Lousteau y Gerardo Morales? ¿Qué los impulsó a apoyar una lista que, luego de la difusión de su triunfo, originó la alegría de Laura Alonso, una de las figuras más representativas de la coalición gobernante? ¿Qué ganan con ello? ¿Qué suponen que preservan o evitan? En principio, ya perdieron algo: la simpatía de muchos jóvenes que ven con desazón la caída de una parte de sus ídolos y que, incluso, piensan que no corresponde votar en las elecciones de octubre, a los que se enfrentan con los integrantes de «Cambiemos» en la ciudad de Buenos Aires y, paradójicamente, se juntan con los mismos en la Facultad de Ciencias Sociales. En verdad, la futura decana Carolina Mera puede cuestionar en un reportaje el endeudamiento del país, el fallo de la Corte Suprema de Justicia que validó el «dos por uno», el desfinanciamiento del sistema educativo, la represión de los docentes, la detención de Milagro Sala y la desaparición de Santiago Maldonado, con el objeto de diferenciarse del gobierno. Pero, los rostros aparecen en las fotografías y los nombres, por su parte, constan en las listas de candidatos y en las solicitadas de apoyo. Entre los que vieron esto, los graduados de la Carrera de Sociología merecen una mención especial. A semejanza de los egresados de cualquier carrera, facultad y universidad, ellos tienen sus particularidades. No son como los profesores —aunque, quizás, enseñen—, porque no adquirieron tal condición a través de un concurso de antecedentes. Tampoco son como los estudiantes —aunque, quizás, cursen un profesorado, una maestría o un doctorado—, porque ya tienen un título de grado. Están adentro y afuera del mundo universitario. Simbolizan a la juventud que alcanzó la madurez y a la madurez que no perdió su juventud. Constituyen el nexo entre los unos y los otros. Y, por su apuesta a favor del actual decano, configuran un pilar esencial de la reserva intelectual y política de una casa de estudio que, en concordancia con lo manifestado por alguien que sabe algo del tema, se encamina hacia un suicidio institucional.

Ahora, con el partido definido, el sendero está libre para que la Facultad de Ciencias Sociales encastre a la perfección con el resto de la Universidad de Buenos Aires. Ciertamente, las disonancias sonoras, a excepción de las buscadas a propósito por el creador de una composición musical, suelen ser desagradables y molestas. Por eso, la interpretación de una misma partitura, por parte del Decanato y el Rectorado, luego de la asunción de las nuevas autoridades, es una posibilidad que puede asumir la fisonomía de una realidad. La concreción total o parcial de esa posibilidad depende, entre otras cuestiones, de la actitud de los que no piensan como los que triunfaron en estos comicios y, por ende, de la conducta de los que pueden oponer una resistencia efectiva, con herramientas políticas y legales, dentro de un marco democrático e institucional. Si nos guiamos por la Resolución de la Junta Electoral N° 39, del 20 de septiembre del año en curso, que elevó al Decano de la Facultad los resultados definitivos de las elecciones (www.sociales.uba.ar), los que apoyaron la actual administración representan a la mitad de los profesores y a la mayoría de los graduados. Por tanto, el escenario que se despliega ante cada uno de nosotros es interesante. ¿Qué sucederá con exactitud? Nadie puede predecirlo. No obstante, algo es seguro. Ninguno puede estar durante mucho tiempo con Dios y con el Diablo. Y, como consecuencia de tal verdad, quienes pretenden hacerlo, en algún momento, deberán definirse pública y contundentemente.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Geonarrativas Volver a (leer) Freire. por Carla Wainsztok



Geonarrativas
Volver a (leer) Freire

por Carla Wainsztok

1. Leer desde el sur. Pensar del sur. Desde el sur del ser. Ser desde el sur. El sur como un espacio y un tiempo esperanzadores. El sur que no quiere muros y anhela murales pintados de esperanzas. El muralismo también es pedagogía. Pedagogía de la esperanza. Las esperanzadas pedagogías.
“Por otro lado, sin poder siquiera negar la desesperanza como algo concreto y sin desconocer las razones históricas, económicas y sociales que la explican, no entiendo la existencia humana y la necesaria lucha por mejorarla sin la esperanza y sin el sueño. La esperanza es una necesidad ontológica, la desesperanza es esperanza que, perdiendo su dirección, se convierte en distorsión de la necesidad ontológica” (1).

Ontologías y espacios. Espacios para las ontologías. El logos desde el sur.

Leer y escribir desde el Sur como geonarrativas. En plural. Geonarrativas de estados educadores plurinacionales.

Geonarrativas que problematicen las propias lecturas de textos y contextos.
Las lecturas de (los) mundos.

¿Qué es entonces leer (desde el sur)? Leer apasionadamente y leer las pasiones. Las pasiones biográficas, comunitarias. Las pasiones de las polis. Las pasiones que se dirimen en Nuestra América Latina.

Pasiones que no se dirimen en un instante, historia de pasiones. Pasiones  históricas. Las pasiones y los medios. Los medios de las pasiones. Es que estamos hechos de historias y de pasiones. Historias que no son lineales, lecturas que tampoco pueden serlo. Lecturas críticas, lecturas en diagonales. Lecturas críticas y por eso juguetonas. Saltar las palabras, asaltar las palabras.

Historias que vienen de lejos, historias de viejos tiempos. Narrar los tiempos. Tiempos narracionales.

Cuentan que Scherezade narraba para no morir, no es cierto. Scherazade narraba para no desesperar.

Cuentan que Ariadna tiró un hilo y  que ese hilo desenredó un laberinto. Los laberintos de las memorias. Las memorias entre laberintos.

Cuentan las Abuelas y siguen contando. Cuentan (con) infinito amor. Contar hasta el infinito. Leer hasta el infinito. Leer el infinito.
Leer es pensar. Leer no es repetir.

“En la alfabetización de adultos, como en la pos-alfabetización, el dominio del lenguaje oral y escrito constituye una de las dimensiones del proceso de expresividad. El aprendizaje de la lectura y de la escritura, por eso mismo, no tendrá significado real si se hace a través de la repetición puramente mecánica de sílabas” (2).

Repetir que tampoco es ser habladas/os por otras y otros.
“Cada uno de nosotros es un ser en el mundo, con el mundo y con los otros. Vivir o encarnar esta comprobación evidente, en cuanto educador o educadora, significa reconocer a los otros, ya sean alfabetizandos o participantes en cursos universitarios, alumnos de escuelas primaria o miembros de una asamblea popular- el derecho a decir su palabra” (3).

Derechos y deseos de decir las palabras, nuestras palabras. Estamos deseosas y deseosos de palabras. Estamos siendo entre palabras. Damos las palabras. Damos palabra. Estamos haciendo mundos entre palabras, mundos-palabras. Estamos entre palabradas/os.

Leer es citar.
Citar a Freire. Citarnos con Paulo. Encuentros y lecturas amorosas. Leer desde la amorosidad de los pueblos, desde la amorosidad a los pueblos.

“Si nada queda de estas páginas, esperamos que por lo menos algo permanezca: nuestra confianza en el pueblo. Nuestra fe en los hombres y en la creación de un mundo en el que sea menos difícil amar” (4).

Leer es recitar. Poéticas pedagógicas.
“Más allá, para cada uno, leer y recordar sus lecturas, o sus escapadas culturales, sirve para proyectar un poco de belleza sobre lo cotidiano, para dar un trasfondo poético a la vida (...)” (5).

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miércoles, 23 de agosto de 2017

Espejismos



Espejismos

por Elías Quinteros

A partir del domingo 13 de agosto y, en consecuencia, de las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (P.A.S.O.), que determinaron los candidatos a diputados y senadores nacionales de cada partido político y cada alianza electoral, para las elecciones legislativas del domingo 22 de octubre, más de un exponente de Cambiemos —la alianza que existe entre el PRO, la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica—, afirma que el gobierno nacional obtuvo un triunfo contundente que avala el rumbo impuesto por Mauricio Macri. Pero, el resultado provisorio de esas elecciones demuestra que siete de cada diez votantes no apoyaron al oficialismo. Para disimular esta realidad, muchos de los sustentadores del cambio manifiestan que Cristina Fernández consiguió menos votos que los candidatos del gobierno. Esto es verdadero. Sin embargo, aclaremos algo. Ella no intervino en las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias para ser candidata a presidenta, que es algo que involucra a los electores de la Nación, sino para ser candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires, que es algo que sólo involucra a los electores de una parte de la Argentina. Por lo tanto, la obtención de una cantidad menor de votos es comprensible. Con la misma intención, estos representantes de Cambiemos argumentan que siete de cada diez votantes bonaerenses no respaldaron a Cristina Fernández. Eso también es verdadero. No obstante, tal verdad no implica que lo afirmado respecto del triunfo del oficialismo sea una mentira. En todo caso, la mayoría de los votantes de la provincia de Buenos Aires no quiere al kirchnerismo y, por ende, a Cristina Fernández; y la mayoría de los votantes de la Argentina no quiere al macrismo y, por ende, a Mauricio Macri. Por otra parte, lo expresado hasta aquí también vale para su rival más cercano. Es decir, siete de cada diez votantes bonaerenses no quieren a Esteban Bullrich, ni quieren a María Eugenia Vidal: la gobernadora de la provincia que intervino personalmente en la campaña electoral para levantar la imagen del ex ministro de educación de la Nación. En medio de este escenario, algunos peronistas afirman con un gesto de pánico o satisfacción que Cristina Fernández ya no alcanza para ganar una elección presidencial. Francamente, no sé si eso es cierto. Mas, supongamos que lo sea. Tal afirmación no implica que su situación no cambie en el futuro. Por otro lado, el resto de las figuras del peronismo tiene menos chances que ella. Acaso, ¿algún hombre o alguna mujer peronista puede opacar a la ex presidenta? Sin duda, nadie tiene los diplomas para hacerlo. Y, además, quienes se opusieron a ella con más fuerza sufrieron derrotas vergonzosas en estas elecciones u obtuvieron triunfos que, más allá de su importancia local, no sirven para una proyección a nivel nacional. Guste o no, hoy por hoy, ella es la figura más importante del peronismo y la oposición.

El nivel de la participación —un nivel que estuvo por debajo de las marcas de las Elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias de 2011, 2013 y 2015; de las Elecciones Generales de 2011 y 2013; y de la primera y la segunda vuelta de las Elecciones Generales de 2015—; indica una leve disminución del interés de la ciudadanía por los actos electorales. A su vez, la fragmentación del panorama político en una multiplicidad de expresiones que no logran un predominio absoluto evidencia el descreimiento de los que están en condiciones de votar. En verdad, las personas no creen. Muchas no creen en nada. Muchas no creen en nadie. Su incredulidad es enorme, enorme y desmoralizante. Quienes recelan de todo y todos no creen que los candidatos que tienen la posibilidad de triunfar en las elecciones de octubre tengan la intención de cambiar las cosas. Tampoco creen que los candidatos que tienen la intención de cambiar las cosas tengan la posibilidad de triunfar. Sencillamente, no creen. Y punto. No creen en los candidatos existentes. No creen en los políticos. No creen en la corporación política. Y no creen en el sistema institucional de la Argentina. Por este motivo, ninguna fuerza política cautiva al grueso de la población. Y esto es grave porque la democracia necesita que sus candidatos merezcan la admiración, el respeto, el amor y la confianza de la comunidad. A ciencia cierta, ésta es la victoria más importante del neoliberalismo actual. Una sociedad que no cree no tiene esperanza. Y una sociedad que no tiene esperanza termina aceptando el orden imperante. Por ello, no andemos con rodeos. Seamos directos. Aunque demande tiempo y esfuerzo, una nación puede pagar o renegociar su deuda pública. Puede reestatizar su patrimonio estratégico. Puede modificar su modelo tributario para que tenga o vuelva a tener un carácter progresivo. Puede bajar su inflación. Puede reducir su desocupación. Y puede hacer mucho más. Sin embargo, el resurgimiento de la esperanza es algo diferente. Evocando a Saúl Taborda, tenemos paisanos dormidos. Unos tienen sueños maravillosos que prometen futuros venturosos. Otros, en cambio, padecen pesadillas terribles que anticipan porvenires infernales. Mas, tanto los primeros como los segundos presentan algo en común. Todos duermen. Ninguno está despierto. Y la Argentina necesita imperiosamente ciudadanos atentos. Al respecto, ¿quiénes son los que tienen la posibilidad de evitar un precipicio? ¿Los que cierran los ojos y piensan que el precipicio no existe? ¿O los que mantienen los ojos abiertos, miran hacia adelante, ven que el precipicio se aproxima y, en el último momento, frenan o pegan un volantazo para no caer en el mismo? La respuesta es obvia. A esta altura del partido, quiénes no pueden prolongar su retirada porque ya se encuentran dentro de las líneas de su área, junto a los palos de su arco, ¿podrán revertir el desarrollo del juego? ¿Podrán inclinar la cancha a su favor? ¿Podrán elaborar una gambeta maradoniana que desarme al rival? ¿Y podrán hacer un gol? ¿Y luego otro? ¿Y otro? ¿Y otro? Bueno, no nos apresuremos. Todo empieza por el principio. Y nadie construye una pared de golpe. Al contrario, los que saben lo hacen poco a poco, ladrillo a ladrillo.

En este momento, nos hallamos bajo el signo de una paradoja. Si un gobierno conservador tiene éxito, la mayoría de la sociedad solventa el bienestar de una minoría con una parte de sus ingresos. Y si dicho gobierno fracasa, la mayoría de la sociedad asume el costo de la crisis que se produce inevitablemente. Es decir, con un gobierno conservador, la mayoría siempre pierde. Siempre. Por ende, la elección de un gobierno conservador y, con más razón, de un gobierno ultraconservador como el nuestro, constituye una trampa o, si se prefiere, un callejón sin salida. Como agregado, tenemos un gobierno que ya acumula varios casos de represión policial, una presa política, un desaparecido y un supuesto de fraude electoral, sin contar el nombramiento de dos integrantes de la Corte Suprema de Justicia por decreto y el avasallamiento de las normas que rigen la constitución y el funcionamiento del Consejo de la Magistratura. Este cuadro carece de alternativas válidas, a menos que las manifestaciones particulares de la oposición y, muy especialmente, del peronismo tengan la inteligencia de unirse. Pero, ¿los dirigentes que representan a pocos o que no representan a nadie tendrán la grandeza necesaria para ceder sus lugares y para dejar que los mismos sean ocupados por dirigentes más representativos? Y, si no lo hacen, ¿los militantes tendrán la capacidad necesaria para desplazarlos y reemplazarlos por otros que luchen por sus intereses y sus derechos? A su vez, ¿los electores que creen en un proyecto de carácter popular tendrán la fe necesaria para sostener sus convicciones? ¿Y los que se equivocaron en las últimas elecciones tendrán la humildad necesaria para reconocer su equivocación, para vencer sus resabios y para apoyar a quienes pueden favorecerlos aunque no despierten su simpatía? La necedad es terrible. Y la fusión que se produce de tanto en tanto entre la necedad de los dirigentes y la necedad de los votantes es catastrófica. Las consecuencias de esta actitud todavía no aparecen en el horizonte de muchos sectores medios y bajos porque, a pesar de todo, los mismos no se encuentran tan mal. No obstante, esto no es el resultado de una economía que se está recuperando, sino el efecto de un endeudamiento colosal que tendremos que saldar tarde o temprano, de un modo u otro. Cuando la tarjeta de crédito y la tarjeta de débito sólo sean un pedazo de plástico sin ningún respaldo, cuando la billetera sólo sea un pedazo de cuero o cuerina sin ningún contenido, cuando los parientes y los amigos no nos presten nada y cuando el almacenero, el carnicero y el verdulero no nos fíen más, ¿qué haremos? Realmente, ¿alguien puede garantizarnos que no terminaremos como los que ya cerraron su fábrica o su comercio, como los que ya perdieron su empleo, como los que ya viven en la calle? Los espejismos, por el hecho de constituir una mentira, no duran para siempre. En algún momento, se desvanecen. Y cuando eso sucede, la realidad aparece con la totalidad de su crudeza. Procuremos que eso no nos pase. Y hagámoslo aunque muchos tomen un camino diferente. A veces, algunos deben resistir por los que no proceden de esa manera.

21/08/2017

martes, 20 de junio de 2017

La vuelta por Elías Quinteros

LA VUELTA

Elías Quinteros

Los que desean en el presente un peronismo sin Cristina Fernández no advierten que son como los que deseaban en el pasado un peronismo sin Juan Domingo Perón. A semejanza de los que soñaban con el ocaso político del fundador del movimiento social y político más importante de la historia argentina, no entienden ni quieren entender que sus deseos carecen de importancia cuando el pueblo desea algo diferente. Y, en este momento, el pueblo, la gente, el común de las personas, quiere a Cristina Fernández porque ella garantiza dos cosas: la constitución de una oposición real y efectiva que frene el avance neoliberal y la unidad de las fuerzas peronistas y no peronistas que constituyen el campo nacional y popular. Ella es la única figura política que detenta la legitimidad necesaria para representar a las mujeres y a los hombres que recorren las calles y los caminos de la patria, como consecuencia de lo realizado durante sus dos presidencias. Pero, tal legitimidad carece de una aplicación práctica sin la presencia de un conjunto de fuerzas que instrumenten su candidatura y posibiliten su elección, por parte de los votantes que quieren verla en el Congreso Nacional. Suponer que la sociedad argentina puede obtener algún beneficio con la conducta de los que obstaculizan este armado político, poniendo en peligro la posibilidad de construir una oposición fuerte que pueda triunfar electoralmente, equivale a pecar de ingenuidad. Aquí, la cuestión consiste en volver. Es decir, consiste en volver a un sueño que surgió hace algunos años, en medio del humo y las cenizas que se esparcían sobre las ruinas de la Argentina. Consiste en volver a una nación diferente. Consiste en volver a una sociedad justa y, en su defecto, menos injusta que la que padecemos en este instante. Y consiste en volver a una realidad con chicos que comían, jugaban y estudiaban, en lugar de trabajar, mendigar o delinquir; con adultos que tenían un empleo digno; con ancianos que adquirían sin ninguna dificultad los medicamentos que necesitaban para vivir; y con familias que cenaban cada quince o treinta días en una pizzería o un restaurante; o que visitaban de tanto en tanto un cine o un teatro; o que veraneaban durante una o dos semanas en la playa, el campo o la montaña; o que pagaban a plazos un electrodoméstico, un automóvil o una vivienda. Tal retorno es posible. A pesar de los ladrones de ilusiones, o sea, a pesar de esos personajes siniestros y crueles que acobardan y desalientan, podemos hacerlo.

Hace un tiempo, un día antes del recambio presidencial, una multitud ocupó la Plaza de Mayo y las zonas aledañas para expresarle a Cristina Fernández que aprobaba y agradecía su gestión de gobierno. A partir de ese hecho, algo atípico en la historia argentina, la gente esparció un cántico que dice sintéticamente: «vamos a volver», «vamos a volver». Pero, ¿qué se esconde detrás de esta manifestación de la creatividad popular? ¿Una necesidad? ¿Un deseo?¿Una creencia? ¿Una certeza? ¿O una combinación de todo? Obviamente, no estamos ante la vuelta a una edad dorada, a un tiempo idílico, a una época cristalizada que sobrevive en la memoria colectiva como algo ideal y perfecto. Estamos ante una vuelta muy especial, ante la vuelta a un tiempo dramático, heroico, bello y, por instantes, trágico que dio un sentido a la existencia de la sociedad con sus victorias y sus derrotas. En otros términos, estamos ante la vuelta a la «Década Ganada», ante la vuelta al 25 de mayo de 2003, ante la vuelta al día que selló el inicio de un período de realizaciones extraordinarias y ante la vuelta a la posibilidad de soñar, de luchar por los sueños, de triunfar en la lucha y de conocer la dicha y la paz con el triunfo. Insisto no es la vuelta a un paraíso perdido que, por su condición de tal, no habilita ninguna clase de vuelta. En cierto modo, es la vuelta a una tierra prometida con el objeto de constituir una nación grande y bendecida por Dios. Lógicamente, para la oligarquía nativa, la imagen de la vuelta —una imagen que implica el retorno de Cristina Fernández y, por ende, del kirchnerismo y, por ende, del peronismo—, tiene un significado diferente. Es la imagen de la vuelta de la barbarie, de esa barbarie que vuelve, vuelve y vuelve. Es la imagen de «La vuelta del malón»: la pintura de Angel Della Valle que simboliza la agresión de la barbarie contra la civilización, mediante una serie de elementos que encarnan el ataque contra la vida (dos cabezas humanas), la libertad (una cautiva), la propiedad (un maletín y varios caballos), y la religión (una cruz, una custodia, un cáliz y un incensario). O, expresado de otra forma, es la imagen de esos indios belicosos que representan algo que aconteció en el pasado y, a la vez, algo que acontece en el presente, cada vez que contemplamos el lienzo.

La idea de la vuelta forma parte de la cultura argentina. Al respecto, pensemos en José Hernández y en «La vuelta de Martín Fierro», en Alfredo Le Pera y en «Volver» (el tango que nos enseñó que veinte años no son nada), y en Aníbal Troilo y en «Nocturno a mi barrio» (la obra que nos explicó que él siempre está llegando y, por lo tanto, volviendo). Y, con una mayor especificidad, está asociada a la existencia del peronismo. Al fin y al cabo, el peronismo tiene en su historia, por ejemplo, la vuelta de Juan Domingo Perón de su detención en la isla de Martín García y de su exilio en los territorios de Paraguay, Nicaragua, Panamá, Venezuela, República Dominicana y España; la frase de Túpac Katari que fue retomada por Evita («Volveré y seré millones»); y la vuelta de los restos mortales de esta última, tras su robo, ocultamiento, vejamen y traslado al exterior. Tal noción —que mantiene con vida el recuerdo de Odiseo, el héroe griego que vuelve al reino de Itaca y, por ello, a la morada de su esposa Penélope y su hijo Telémaco, después de veinte años de lucha contra la adversidad—, no está asociada en nuestro caso a la figura de un ministro, un senador, un diputado o un gobernador. Por el contrario, está vinculada, para desgracia de cualquiera que aspire a un liderazgo que no merece, a la imagen de Cristina Fernández: la mujer que enfrentó a las patronales del campo, al Grupo Clarín, a los partidos políticos de la oposición, al «partido judicial» y a los «fondos buitres», entre otros. Los compañeros y las compañeras no ignoran esta verdad. La conocen bien. Y dicha afirmación también incluye a los que pretenden que ella no regrese porque consideran que su prestigio puede sufrir un daño irreparable si participa en la contienda electoral. Tanto cuidado resulta llamativo e inquietante. Ciertamente, la sobreactuación de una persona resalta lo que ésta procura ocultar.


A días o, más bien, a horas del vencimiento del plazo para la presentación de candidaturas, los bandos están definidos. De un lado, vemos a los que apuestan a favor de la unidad y la reactivación de un proyecto popular y, del otro, a los que apuestan a favor de la ruptura y los intereses de la coalición gobernante, aunque afirmen que buscan lo contrario. Cada uno sabe cuál es su lugar. Cada uno sabe si debe estar con Cristina Fernández o si debe estar con los que se oponen a ella, más allá de quién o quiénes tengan derecho a utilizar la denominación «Partido Justicialista», la sigla «PJ», el escudo partidario o los rostros de Perón y Evita. El peronismo, a no dudarlo, es más que eso. Es un fenómeno complejo, multifacético y desconcertante que elude las clasificaciones. Es un misterio y, por instantes, un misterio que resiste cualquier intento de esclarecimiento. Y es una realidad política, social y cultural tan grande que no cabe dentro de una denominación, ni dentro de una sigla, ni dentro de una figura gráfica. Básicamente, constituye la expresión de las necesidades y las concreciones del pueblo. Pero, tal particularidad está sujeta a una validación constante. Por ende, la transformación del Partido Justicialista en un sello, en una forma sin contenido, en una cáscara vacía, como consecuencia de la falta de esa validación, es una posibilidad permanente. La simbología y la estructura partidaria con su logística y su incidencia son importantes. Sin embargo, no garantizan el triunfo electoral. Sólo el apoyo de la gente lo hace. Y, en estos tiempos tan extraños y convulsionados, la gente común y corriente, en una proporción que no es despreciable, quiere que Cristina Fernández vuelva.